--No me diga nada, lo sé todo. Usted viene de Vipiteno, grande y noble ciudad. Una vida consagrada al servicio de aduanas. Y en secreto, día tras día, noche tras noche, estas páginas, habitadas por el espíritu de la poesía. La poesía... Ha quemado la juventud de Safo, y ha alimentado la senectud de Goethe... Fármaco, decían los griegos, veneno y medicina. Desde luego, tendremos que leerla, a esta criatura suya, como mínimo exijo tres informes, uno interno y dos de asesores externos (lamento decirle que anónimos, porque son personas muy conocidas), Manuzio sólo publica un libro cuando está segura de su calidad y la calidad, eso usted lo sabe mejor que yo, es algo impalpable, hay que descubrirla con un sexto sentido, a veces un libro tiene imperfecciones, cosillas que están de más, hasta un Svevo escribía mal, como usted bien sabe, pero, vamos, se siente una idea, un ritmo, una fuerza. Lo sé, no me lo diga, sólo he echado una ojeada al incipit de estas páginas suyas y he sentido algo, pero no quiero juzgar solo aun cuando muchas veces, ¡ay, cuántas!, los informes han sido tibios pero yo he insistido porque no se puede condenar a un autor sin haber entrado, ¿cómo le diré?, en sintonía con él, mire, por ejemplo, abro al azar este texto suyo y mis ojos reparan en un verso “como en otoño, la mirada menguada"; pues bien, no sé cómo es el resto, pero siento un aliento, capto una imagen, a veces un texto empieza así, con un éxtasis, un rapto... Cela dit, estimado amigo, ¡por Dios, si pudiéramos hacer lo que queremos! Pero también ésta es una industria, la más noble de las industrias, pero industria al fin. ¿Sabe usted lo que cuesta hoy en día la imprenta, y el papel?
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Umberto Eco, El péndulo de Foucault.
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