Corregir. Experto
en corregir sin encontrar
acierto. Dormir
con un ojo abierto
y el otro sumergido
en los errores y rumores
sin remedio.
Maniobra y tijeras
mordisqueando el aire
y sus batallas fantasmales.
¿Hay verdad oculta
en los errores? ¿Evidente con
rascarse hasta la carne viva?
Desviarme del error
y continuar con el desvío.
Eso. Sin atajos. Repitiendo
en un tropiezo
que algo quede —me decía
al oído el hueco el eco
ya trepado en la pared
un clavo flojo el indolente
que imagina todavía
tambaleando. Pero
nada. Eso. Ni su alcance
en desprendidos
que disuelvan posibilidad y
corrección y disyuntiva y
¿otra cosa?
Y en mitad del garabato zafio
y el borrón, el desacierto. Tras
la plana evaporada
y sus disfraces. Te encontré
sin disyuntiva
lejos de la pausa
desligada del retorno
de lomismo en un disloque
—a punta rota. Ahora que
también podría ser feliz
a veces cuando toda tú
quisieras arrastrarme
hasta el cobijo
y la tibieza que devora
error, errares y desvíos.
Esa llama. En su raiz
feliz a secas irradiante se diría.
Cada parte de tu cuerpo
levantando de raiz y de tallo. Fronda
un solo rayo —de certeza sola.
Las palabras que se alejan
de tu cuerpo sin asirlo
porque en él se deslumbraron.
En su huida. Por su cuenta
descendiendo de su vuelo
a pome penyeach.
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