Fragmentos de "En defensa de la errata...", de Julia Santibáñez, en Sin embargo
Y es que aunque con frecuencia los autores se quejan de ella, en muchos casos tendrían que hacerle un monumento. Por ejemplo, se cuenta que la primera edición de Arroz y tartana, novela de Vicente Blasco Ibáñez, arrancaba con este dechado de lirismo: “Aquella mañana, doña Manuela se levantó con el coño fruncido”. El original lucía un deslucido ceño. O la que contaba José Emilio Pacheco, entre fascinado y frustrado. Cuando en 1987 escribió un artículo quejándose de ella, puso: “La errata es el demonio de la lengua”, pero en la mesa de corrección de la revista Proceso decidieron publicar: “La errata es el dominio de la lengua”. La frase salió ganando.
O estas dos, consignadas por Carlos López en Sólo la errata permanece, publicado por Editorial Praxis: un poeta celebró a “la Madonna purísima” pero en el libro apareció “putísima” (visionario, el corrector) y la otra, contada por Alejo Carpentier respecto de un diario donde se informaba que una “ilustre dama había atendido con exquisitez a numerosos invitados en su mansión, a quienes prodigó con elegante entrega su aristocrático culo”. Cuánto palidece el “celo” original.»