lunes, 25 de enero de 2016

Pretérito - Javier Marías

En aquello a lo que dedico mis horas, saber que antes de mí estuvo una pléyade de autores mejores, que perfeccionaron las lenguas, que se afanaron por contar lo mismo que se ha contado siempre, pero de maneras innovadoras y adecuadas a sus respectivas épocas, me sirve para tener un asidero y cierta justificación, para ver cierto sentido a lo que hago; para pensar, vana y optimistamente, que alguien puede entender mejor el funcionamiento del mundo y la condición humana, complejos y contradictorios, como los he entendido yo en Cervantes y Montaigne, en Conrad y Rilke, en Darwin y Freud, en Nietzsche y en Runciman y en Tácito y Tucídides y Platón. Imaginar que mis educadores me hubieran privado de ello, que me hubieran transmitido la idea de que “eso no importa ni nos va a valer de nada en nuestras vidas”, me crea una sensación de desamparo y angustia y radical empobrecimiento, de falta de suelo bajo mis pies, que a nadie le desearía. Y aún menos a los niños y jóvenes, cuyos pasos son siempre frágiles y titubeantes. Y sin embargo es a eso, a ese brutal desamparo, a lo que los están condenando los crueles zopencos que hoy diseñan y dictan nuestra educación.

viernes, 15 de enero de 2016

Editoriales y sociedad del espectáculo

Tomado de "Lobotomízame suavemente", en Yorokobu

Los universos del blog y la editorial tradicional vuelven a cruzarse: al blog (aquellos que tienen visitas de verdad, y esto puede incluir nombres tan populares como The Huffington Post o Gawker) no le importa si lo que se publica es incluso un verdadero disparate, ya que a la gente —si llega a leerlo— se le olvidará al instante. Lo mismo sucede con los libros: asumiendo que serán extirpados del «organismo» en breve, lo importante es que se vendan. Nadie va a reclamar por un libro o un artículo malos. Y si alguien lo hiciera, tanto mejor: mayor tráfico, mayor morbo. Mayores números.

Tanto libros como artículos, posts, entradas en redes sociales y demás solo cumplen una función en la actualidad: ser un pretexto, algo de lo que hablar durante un fugaz intervalo de tiempo. Su verdad o falsedad, su calidad o infamia pasan a un segundo plano. A fin de cuentas, no son asuntos que interesen a nadie. (Me pregunto si no es justamente dicha fugacidad la que hace que la indignación mediática acabe no en hoguera sino en fuego fatuo). En este momento es cuando el show business acude al rescate en una jungla donde todos luchan por destacar; como el ingrediente secreto que todo objeto cultural debe presentar si quiere sobrevivir (incluso si quiere nacer). Se exige llamar la atención a toda costa, sin importar si el aspirante tiene que arrojarse desde un trampolín de diez metros de altura mientras hace un elevator pitch de su novela o pasar calamidades en una isla deshabitada salvo por los otros concursantes procedentes del mundo de la farándula, de la prensa rosa o de tiempos ignotos.

Este es el momento en el que el aspirante a escritor reconocido tendrá que incorporar a sus intereses el personal branding, el marketing, el storytelling. Precisamente porque será él o ella (y su historia, su leyenda) lo que esté en venta y no solo su libro. Es más: su libro no será sino un complemento más; otro elemento de una narración mucho más amplia, mucho más transmedia.