jueves, 25 de junio de 2015

El oligopolio de los editores científicos

Cuando se cumple el 350 aniversario de la aparición de las revistas científicas –Journal des Sçavans en París y Philosophical Transactions of the Royal Society en Londres–, un estudio de la Universidad de Montreal dirigido por Vincent Larivière, publicado este mes enPLoS One, ha analizado la evolución en las últimas décadas de las editoriales científicas. Basado en 45 millones de documentos indexados en la Web of Science de Thomson Reuters entre 1973 y 2013, muestra que la cuota de mercado de las cinco mayores editoriales científicas alcanzó ya el 50 por ciento en 2006; gracias a fusiones y adquisiciones, ha ido creciendo desde el 20 por ciento en 1973 y el 30 por ciento en 1996 hasta el actual semioligopolio. “Estas grandes editoriales comerciales –Reed Elsevier, Springer, Wiley-Blackwell, Taylor & Francis y Sage– suelen tener unos márgenes de beneficio de casi el 40 por ciento”.
Nacidas como vehículos de comunicación de las sociedades científicas, a finales del siglo XIX estas revistas empezaron a privatizarse. El equipo de Larivière indica que, si bien es cierto que los editores históricamente han desempeñado un papel vital en la difusión del conocimiento científico, “es cuestionable si siguen siendo necesarios en la era digital”. Su análisis observa que algunas disciplinas han escapado al control de las grandes editoriales, como la investigación biomédica, la física y las artes y humanidades, que siguen en manos de sociedades científicas, como la poderosa American Chemical Society, y editoriales universitarias.
Por el contrario, más de dos tercios de los estudios de medicina, psicología, ciencias sociales y otros campos profesionales los publican estos grandes grupos. Uno de los secretos de su rentabilidad es que no tienen que pagar por los artículos, que son proporcionados gratuitamente por la comunidad científica, ni por las revisiones que efectúan otros expertos. La crisis económica ha hecho surgir movimientos de protesta contra el elevado coste de algunas suscripciones (el presupuesto de las bibliotecas universitarias tuvo que aumentar un 400 por ciento en las últimas tres décadas); así, la campaña Cost of Knowledge anima a los investigadores a dejar de participar en calidad de autores y revisores en las revistas de la editorial Elsevier, la mayor de todas; algunas universidades han amenazado con boicotearles y otras simplemente han cancelado sus suscripciones. La extensión de estos opositores es sin embargo limitada, pues las revistas siguen siendo una fuente de capital científico para los investigadores. “Publicar en revistas de alto factor de impacto es un requisito para ganar posiciones, financiar proyectos y lograr el reconocimiento de sus pares”.
Las plataformas on-line y el auge del open access, como el grupo PLoS (Public Library of Science), están suponiendo una competencia cada vez más seria, al margen de la rapiña de las nuevas revistas depredadoras, pero los grandes editores siguen contando con la infraestructura, el prestigio y los recursos necesarios para publicar y difundir tanto en papel como ahora en el universo digital.
José Ramón Zárate

miércoles, 24 de junio de 2015

Corregir o rehacer

4. Nivel de intervención

El corrector de estilo señalará los problemas propios de su área de especialización, es decir, la clara y correcta expresión de las ideas, respetando y manteniendo la intención del autor del material. Se espera, por lo tanto, una revisión que contribuya a ajustar y perfeccionar el texto, pero que no implique su reescritura completa o una alteración de los contenidos expuestos. Si el corrector de estilo detecta problemas tan graves que requieran tal intervención profunda del material, deberá comunicarlo de inmediato al editor a cargo para que sean este y el autor, siguiendo las observaciones del corrector de estilo, quienes realicen ese proceso de reescritura.
Según las leyes de derechos de autor, se protege la forma, no las ideas; por lo tanto, el corrector debe aprender a identificar cuándo su labor traspasa esa delicada línea, para no incurrir en una violación al derecho moral del autor sobre su obra. Esto no debe ser excusa, por parte del autor, para rechazar correcciones legítimas y necesarias desde el punto de vista de la lengua o de las normas editoriales a las que deba acogerse.

Dedicado a quienes piensan que uno debe reescribir sus textos.
Tomado de Nisaba.

sábado, 20 de junio de 2015

El editor, autoridad mediante la razón, la persuasión y el encanto: Julio Chang

Interesante entrevista a Julio Chang en Yorokobu.

La edición en Etiqueta Negra nada tiene que ver con la habitual en la mayoría de los medios: una mera corrección ortográfica, gramatical y, raras veces, de estilo.
En esta revista, con sede en Lima, la edición tiene mucho más que ver con el editing de las grandes publicaciones anglosajonas, un trabajo que, según dice, consiste en dar problemas al autor. Esos problemas son preguntas, inteligentes y a veces incómodas, que intentan que el escritor elija lo mejor posible qué quiere contar y qué decide omitir. «Un editor», indica, «es un ignorante experto en preguntar».
En Etiqueta Negra, un autor trabaja con un editor. Es su «acompañante», «su segundo cerebro». El que piensa con él y en ocasiones el que «traduce lo que ha querido decir a las palabras e imágenes más justas». En una entrevista con El Telégrafo, Chang explicó que «en la cultura anglosajona del editing, el editor es casi una tautología de autoridad: el editor es el editor. No en el sentido de dictadura, sino de autoridad. Esa autoridad se crea teniendo casi siempre la razón y, además, exige un cierto poder de persuasión y encanto».