lunes, 7 de diciembre de 2009

Trastorno de hiperactividad lectora

Tomado de El sur es el norte, de Javier de Navascués

No sólo los estudiantes tiene que leer por obligación; también lo hacemos los profesores. Me acaba de llegar una novela de Rodrigo Fresán para reseñar y llevo varios días con el paladar atragantado. Abro una página y me encuentro con un encadenamiento mareante de subordinadas : "Recuerdo aquello que me contaba mi padre que le contaban los libros.

Recuerdo a mi padre explicándome que leyó que los místicos aseguraban que el principio, la Luz divina, contenedora de todas las cosas buenas, estaba preservada dentro de una o varias vasijas sagradas". Uf. Después de descansar un rato, tomo aliento y sigo adelante: "Se puede sobrevivir a la certeza de que una determinada mujer es la más hermosa que jamás se ha visto, sí; pero es tanto más difícil seguir viviendo luego de experimentar el convencimiento absoluto de que esa mujer es y será, también, la más hermosa que jamás se verá en toda la vida". No digo yo que haya que escribir: "Qué buena estaba", pero, ¿son necesarias tantas vueltas para una idea tan trivial?

En estos casos es bueno recurrir a otros libros que sirvan de antídoto, libros que brillen por la exactitud, la claridad. El problema es que estoy a la vez con la poesía de Muñoz Rojas y la de Aquilino Duque, el inacabable Masa y poder de Canetti, los cuentos de Juan Gabriel Vásquez y una novela de Turgueniev. Todos me encantan de una forma u otra, pero se me han ido amontonando en la mesilla. Por culpa de las obligaciones se quedan a medias y los voy leyendo al mismo tiempo, que es la única manera de no terminarlos nunca.


Aunque los buenos libros, en realidad, nunca se terminan.